Hacia ya demasiado tiempo que no pescaba con Manolo. Y aún hacia más tiempo que no lo hacíamos juntos en el Tera. El río de mi tierra, él que me vio dar mis primeros pasos tras las truchas. Así que un par de días de las vacaciones los dedicamos a tentar a las pintonas de la forma que más me gusta, a seca en aguas lentas, muy lentas.
Me encanta pescar con Manolo, mi primo. Hay cierta sintonía entre ambos que no encuentro con otros pescadores. El trabajo ha hecho que ahora vivamos a cientos de kilómetros y por ello a penas compartimos ya jornadas, cosa ésta que me duele bastante.
Eclosionaron las sulfureas, fieles compañeras del Tera en estos días de Junio. Si bien las truchas no suelen comerlas, esta vez si lo hacían, con lo que incluso alguna subida tuvimos a la imitación de mosca de mayo.
Las truchas se movieron algo por las mañanas, tal vez un poco perezosas y reacias a tomar los tricópteros que les presentábamos. Supongo que ya algo empachadas, pues estas semanas atrás debieron ponerse las botas con ellos. El tamaño de las truchas, sin ser exagerado, es mayor al que yo estoy acostumbrado por Pirineos.
Como las mañanas no tuvieron mucha actividad, hicimos comidas tranquilas a la sombra de los chopos, esperando impacientes a que las tardes y los serenos (los primeros del año) dieran más peces.
El segundo día, por la tarde, nos encontramos a píe de río con Paulino y Manuel, un par de compañeros de nuestra asociación El Motín de la Trucha.
Cuando los arboles empezaron a proyectar sus sombras sobre el río, nos metimos en uno de los tablones del Tera. Aguas lentas y profundas, en las que debes hacer buenas presentaciones y largas derivas. Mi debilidad!
Poco a poco vimos despertar un río que horas antes parecía muerto. Las primeras truchillas fueron saliendo.
Si bien pescamos con emergentes de Carriona, pues esperábamos a nuestras queridas Ignitas, también veíamos sonoras y bruscas cebadas, posiblemente a tricópteros emergiendo. A pesar del tiempo que hace que no pescaba este río, en mi caja no faltan cuatro o cinco emergentes de éstos. Pescar a ceba vista, en estas aguas someras y esperando en cualquier momento un pez de muchos centímetros, es algo que con lo que llevo soñando muchos meses.
Las truchas se nos hacían de rogar. Se cebaba una aquí, una allá... pero no es lo que estábamos buscando. Hasta que la tarde cayó definitivamente y llegó el sereno.
Así, como salidas de la nada, docenas de truchas se pusieron de acuerdo y empezaron a cebarse. Miles de subimagos de Ignitas estaban bajando por el río. Los imagos golpeaban con fuerza el agua para poner sus huevos, al igual que los tricópteros. Qué locura!
No hubo tiempo para muchas fotos. Solo hacíamos que lanzar una y otra vez debajo de los árboles, afilando nuestros bucles para poder meter allí la mosca en busca de una de esas enormes truchas que intuíamos que allí se esconden y que se ceban como si de pequeñas bogas se trataran.
No fue un sereno fácil. Ninguna de nuestras moscas acababa de funcionar bien del todo. A pesar de ello fueron bastantes las truchas que cogimos, alguna de buen tamaño.
Acabamos saliendo del agua a las once menos cuarto de la noche, iluminando la orilla con el móvil y cambiándonos a la luz de los faros del coche.
Por fin un sereno de los de antes, en mi río y junto a Manolo. Hubo una época en la que estos días eran frecuentes. Vivíamos más cerca. Ahora, a seiscientos kilómetros, no queda otra que recordar estas jornadas con cierta morriña. Espero que no tardemos tanto tiempo en repetir.