miércoles, 15 de febrero de 2012

La agresividad del Siluro

Este pez no es un pez ordinario.

Su agresividad en ciertas circunstancias - y que también podría explicar por qué nos resulta tan fácil de engañarlo - nos plantea por lo menos algunos problemas de interpretación.


Aquí no se trata sólo de la agresividad que el depredador hace uso matando a sus presas para alimentarse o para defender su territorio o para amenazar al territorio de otros.
De hecho, a menudo, el siluro parece funcionar como si fuese una máquina programada para matar.
Esto es obviamente una exageración, pero ¿cómo expresarse de manera diferente ?

Para intentar ilustrar el tema, cuatro anécdotas extraídas de mis diarios de pesca.


1 -
Es bien sabido que las garzas no son águilas. Para pescar, deben mojarse las patas.

En esa recula obstruida, de aguas turbias y fondo limoso, actuaba yo de garza sin quitar los ojos de un árbol parcialmente sumergido en torno al cuál yo esperaba que apareciera una gran carpa.

Inmóvil desde buen rato, el agua llegándome a la mitad del muslo, me decidí a avanzar un poco. Mi pie izquierdo despegó del cieno y fue atacado en ese mismo momento. Sentí con claridad las mandíbulas del depredador a pesar del espesor de la bota.

Desequilibrado, puse el pie en el suelo, pero al hacerlo, aplasté la mandíbula del gran pez que aún no había tenido tiempo de dejar su presa. En el movimiento que hizo para liberarse, un metro de su cola vino azotar la superficie, duchándome por completo.

Acechando en el glauco, probablemente desde hacia tanto tiempo como yo, el maldito siluro había confundido mi pie con una carpa !



2 -
Algo agotados y hartos de peces, volviendo al coche, río arriba, vimos un silurito durmiendo la siesta por debajo de un tronco sumergido.

Duerme o ha muerto. No se nota ni la más leve ondulación de la cola, ni tampoco esa tensión particular del animal que está alerta y espera el momento adecuado para escaparse.

- ¿Lo pescamos a mano?

- Ok, que escoges ¿la cabeza o la cola ?

- La cola. Ya me dirás cuando apretarlo.

Nos acercamos en plan indio. Las narices a ras del agua, se trata de encontrar un buen agarre. Lo primero, mis manos rozan la cola sin causar ni erección, ni reacción.

- Te toca a ti...

El amigo arriesga la mano bajo el tronco y de repente, todo va muy rápido.

Ambos damos un grito, al mismo tiempo; yo por el bofetón que acaba de darme la cola y él por el dolor del mordisco en sus dedos ya ensangrentados.



3 -
He dejado a descansar a mis pies, en un charco, el gran pez que acabo de pelear y ataco sus hermanos que siguen atiborrándose de morralla muy cerca de aquí. Un buen rato después, el pez no se ha movido, ni ha intentado huir por el canal que se comunica con la corriente principal. Lentamente, acerco el pie a su cabeza. Inmediatamente, sus bigotes cobran vida y arremete contra la bota. Tres impactos en tres segundos. En la punta de la bota, y luego en el lado de ella y, finalmente, en la parte superior, los dientes de los ralladores que tiene por mandíbulas se enganchan en el cordón que se desanuda cuando da la vuelta para escaparse.


4 -
Mi amigo acaba de pescar un silurito que ha tardado mucho en rendirse. Además, el anzuelo ha atravesado la bóveda del paladar y, aunque sin muerte, ha sido necesario usar alicates para desengancharlo. Lo ponemos a recuperarse en agua parada entre la orilla y una piedra grande, sin demasiadas ilusiones sobre sus posibilidades de supervivencia a largo plazo.

Me toca pescar. Pero fallo uno que, huyendo, espanta a todo el bando.

Volvemos al enfermo.

Clap ... clap ... clap ... dando golpecitos en el agua el amigo dirige su mano enguantada hacia el pez cuya cola de repente cobra vida. La mano se hunde. Ataque inmediato.

La escena se repetirá 3 o 4 veces ¡Alucinante!

Entonces, el siluro ¿qué? ¿... una máquina programada para matar? ¿para comer? o ¿simplemente un discípulo de Napoleón, convencido de que el ataque es la mejor de las defensas?

Los etólogos nos lo contarán.



Las heridas frescas casi con toda seguridad causadas por una captura anterior no han quitado las ganas (o disminuido la agresividad) de este pez.

Jacques

2 comentarios:

  1. Interesante entrada sobre la agresividad existente en la relación presa-depredador que demuestra el siluro, y sorprendentes las respuestas a ciertos estímulos específicos.
    Siempre me planteo ante estos casos, descartando un desorden del comportamiento, que parte hay de instinto adquirido, heredado. O si en cambio prevalece un patrón de conducta anómalo propiciado por la situación. (Ansiedad , liderazgo, reproducción etc...) Es decir si la pauta de comportamiento se repetiría como una constante ante una situación idéntica). Dificil.
    Gran artículo.
    Saludos.

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  2. Esto si fue un pescado feo y malo. Nunca he pescado siluro pero creo que hay en ciertas partes de Suecia tambien.

    Disfrute su pesca con mosca pero tenga cuidado con sus pies,
    M.O.

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