
Hay días de pesca que para mi son muy especiales. Son los que comparto con mi mentor en esto de la pesca a mosca y del conservacionismo, él es Miguel Casaseca. Si encima es en un río o embalse de nuestra tierra más aún.

Miguel te recuerda a un modelo de cualquier catálogo yankee de pesca a mosca: su equipo, su visión de la pesca, sus moscas pedidas a sitios tan lejanos como USA o Nueva Zelanda y como no, esas comidas a píe de río, con mantel y copas de cristal para el vino, las cuáles se pueden prolongar por dos horas o más, discutiendo sobre pesca y conservación, recordando viejos tiempos o hablándote de ese libro que ha escrito y de edición limitada para los amigos.

Su caja de moscas siempre es una sorpresa para mi. Como ya no podemos compartir jornadas tan frecuentemente como yo quisiera, cada vez que lo hacemos me sorprende con esas moscas internacionales, donde abunda mucho el foam, el pelo de ciervo y las fibras brillantes, y que para mi son una fuente de donde beber ideas nuevas.

Hoy además había otra motivación más, mi amigo francés Jacques, con él que nos reunimos en una cafetería cerca del embalse, ya que en una jornada de pesca que se precie no puede faltar un café y un chupito de aguardiente antes de pescar.

Por la tarde se hizo prácticamente la calma en el embalse. Las hormigas volvieron a hacer su aparición y las carpas nos dieron una estupenda tarde. Eran cientos las que se cebaban y tardábamos más en sacarlas que en volver a clavar una.


Nuestras cañas del #6 sufrieron lo suyo para doblegar a estos luchadores peces.

El entorno es una pasada. Estoy enamorado de Sayago, todo me gusta de él, su paisaje, su olor a jara, su tranquilidad...

Las carpas no fueron de un tamaño excesivo, aún así acabé con un fuerte dolor de muñeca. Como decía Miguel "...como para no haber comido antes..."

Los barbos mañaneros no nos defraudaron y, a pesar de las roturas y los rechaces sufridos, pusimos muchos peces en tierra. Peces color oro.

Son auténticos torpedos!!

A veces, casi siempre por culpa del vino, mi imaginación echa a volar y pienso que solo nos hacía falta un bonito lodge en la orilla de este paraiso. Una casita de piedra en mitad de un bosque de encinas y jaras, rodeada de vacas y ovejas en corrales de piedra al más puro estilo Sayagués.

Y el nombre del lodge lo tengo claro: The barb ranch.
